El placer de habitar mi piel

por Corporalidad

La relación de Karla con su cuerpo pasó de “lo guácala” a lo “qué rico”. La autora nos cuenta cómo incendió su sensualidad y autoerotismo a través de la aceptación de su cuerpa y la exploración de su movimiento. 

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El erotismo es la capacidad de gozar, vivir, sentir a través del placer. El erotismo me permite navegar en la introspección para reconocer mis límites: ¿qué me gusta? ¿Qué me incomoda? ¿Hasta dónde puedo llegar? Como diría una de mis santas patronas, activistas del placer, Anabel Venegas: “es toparse con lo guácala, qué rico”.

Mi fórmula es la siguiente: autoconocimiento, sexualidad, placer y erotismo. Antes no reconocía mi cuerpo y me sentía ajena a mí misma. Entonces, inicié con la semilla del autoconocimiento. Descubrí que, para poder definir mi placer, debía conocer la piel y el cuerpo que habito para después honrar conscientemente las delicias de ser morena.

Desde niña, mamá me enseñó a amar mi piel, papá a no esconder mis chinos. Claro que la prefecta de la escuela exigía lo contrario. Mi abuela era chiapaneca. A veces me costaba asimilar que el color de su piel era el mismo que el mío. Oscura y tersa. Doña Lilia nos contaba historias sin parar de cómo nadaba de niña en el río de su pueblo y cómo, mi abuelo –dizque soldado- era muy guapo. Pero parémosle hasta ahí.

Nacer en la frontera con Estados Unidos tiene sus ventajas, pero de niña creía que estaba en el lugar incorrecto. ¿Por qué todos mis compañeros en su mayoría son blancos? Así surgió una incomodidad imparable por habitar mi piel.

Mamá y papá me decían canelita o morenita mía. Fue así que la princesa de Disney que asignaron para mi infancia, fue Jasmín. Y sí, me la creí. Me la creí tanto que me fui enamorando de algunos Aladdínes. Me compraban muñecas con piel morena como las Bratz o Myscene, inclusive libros donde salían personajes parecidas a mí. Nada de eso funcionó. No me sentía cómoda con mi piel. Era difícil que me sintiera linda. Pensaba que el cabello lacio era mucho mejor, elegante y menos escandaloso. Lo planchaba. 

No fue hasta inicios de mis veinte donde me enamoré de una persona blanca, muy blanca, europea, linda, inteligente y parémosle hasta ahí. Fue quien, para bien o mal, me dijo: “eres tan linda que deberías verte más seguido en el espejo. Tu piel es muy bonita”. Caí, hermanas. OBTUVE ESA PINSHE VALORACIÓN EXTERNA Y MASCULINA.

A partir de ese momento, empecé a habitar mi piel. Me alejé del orgullo para atreverme a decir que ese colonizador me dio el impulso de habitarme, ¿estuvo bien o mal? Él solo prendió la mecha y yo sigo alumbrando mi camino. Comencé a valorar las raíces de Doña Lilia y acoger la frase que mi padre siempre me decía: “eres una mechica”. 

Comencé a abrazar tanto mi cuerpa y mi piel que decidí emprender el viaje de reconocer qué significaba para mí ser morena. El humectar mi piel con cremas de olor a cacao o avellana se convirtió en una forma de hacer ruido a través de los silencios. Hueles bien rico a chocolate. Aceptar el tono de mi vulva y mis pezones fue un paso corto, evidentemente no tendrían por qué ser blancos, pero el color de mis encías fue un proceso largo. Reconocí que mis dientes blancos contrastan muy lindo con mis labios gruesos y tostados. Escuché por primera vez mi cabello rizado y oscuro. Deseaba ser salvaje e indomable. Ver el rulo caer de espaldas o en el cuello, comenzó a ser un acto sensual para mis ojos. Adiós keratina y planchados.

Poco a poco, creció el amor y la aceptación hacia mi piel. La poesía se convirtió en un refugio para seguir cosechando mi propia existencia as a morena. La luna se apoderó de mi sensualidad.  Los encuentros se convirtieron en un espacio donde lo místico y lo tangible de mi piel danzan airosamente junto con le otre. Tienes bonita piel. Me gusta lo quemadita que estás. Me gusta el color de tus pezones. Qué rico olerte entera. Qué rico comerte allá abajo. Eres como una pantera. 

A mis veintitrés años releí el libro de Ana Machado y Rosana Faría, Niña bonita. El flashback que tuve fue triste. Miré a una niña incómoda, sintiéndose menos linda por su tono de piel. Cerré el libro. Acogí la historia. Le mandé un abrazo a esa niña y le dije: “tu piel brilla tan lindo bajo el sol, la luna y el mar. Tu piel es fuego. Eres fuego”.

Ese fuego se iluminó aún más cuando aprendí Dancehall (baile proveniente de Jamaica), cuando tomé clases de Twerk por primera vez con una bailarina africana y cuando comencé a leer poesía caribeña y a investigar sobre la negritud. También cuando inicié a escribir poesía erótica a partir del placer que me causaba ver mi cuerpa morena bailar, reír, llorar, masturbarse, coger y acuerpar en su cotidianidad… 

Por fin decidí habitar mi piel y regirme bajo esa ética de lo “guácala qué rico”.  Autoexploré mi morenez y, aún, continúo descubriendo mi fuego interno. Ese fuego que se refleja en mi movimiento, mi sexualidad y mi erotismo. Mi cuerpa por sí misma es erótica porque representa la fragilidad y la naturalidad de mi cuerpa acuerpando un espacio; liberando sensaciones desde sus límites y sus deseos físicos y emocionales. Y quién mejor para retratar la cuerpa de una mujer negra, morena, prieta que la misma mujer negra, morena o prieta.

 

El placer de habitar mi piel

Escrito Por: Karla Gallegos

Leído por: Valeria Angola

 

Afrochingonas, agosto 2023

Karla Gallegos

Karla Gallegos, cachanilla, bailarina, activista del placer y poeta de closet, se desarrolla dentro del campo editorial y creativo. Amante de sus amigas, de la literatura erótica feminista, el pulque y el desierto.