México como hipótesis neocolonial

por Activismo

A propósito de las fiestas patrias, Mario E. Fuente Cid escribió este texto para recordarnos que la nación mexicana tiene orígenes racistas, porque desplazó, exterminó e invisibilizó a poblaciones negras e indígenas.

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Cuando alguien nacido fuera de la capital dice México para referirse a la Ciudad de México, no falta el chilango que aclara con rimbombancia que “México es el país”. Y no, el nombre del país es Estados Unidos Mexicanos, no “México” a secas.

 En términos históricos, la denominación México se refiere a la ciudad doble de Tenochtitlan y Tlatelolco. Esto quiere decir que, históricamente y de manera estricta, México es una demarcación que abarca unas cuantas cuadras de la alcaldía Cuauhtémoc.

 Todavía, en pueblos de Tlalpan o Xochimilco como San Andrés Totoltepec o San Gregorio Atlapulco, podemos encontrar letreros que señalan la dirección que hay que tomar para ir a México. Pero la situación aquí es que, cuando alguien de la capital dice, a modo de corrección, “México es el país”, manifiesta un profundo deseo neocolonial.

 Gaspar Antonio Chi, informante maya, a mediados del siglo XVI, mencionaba que los metales de Yucatán eran comerciados desde la Nueva España. Humboldt, a inicios del 1800, hace una diferencia muy clara sobre el virreinato propiamente dicho, que corresponde únicamente a la parte central del país, y el resto de los territorios. Es decir que, en ambos casos, la denominación Nueva España no se utilizó para referirse a todo el territorio, había una regionalización clara.

 Luego de la Conquista, la Ciudad de México quedó dividida en tres partes: Santiago de Tlatelolco, que aún conserva parte del nombre; San Juan Tenochtitlan, que fue disuelta hacia mediados del XIX; y la Ciudad de México, destinada a los conquistadores y sus herederos. A fines del periodo colonial, México era una más de las varias intendencias en que se dividía el virreinato.

 Por supuesto que estoy sobre-simplificando y resumiendo un proceso de tres siglos, pero desde el XVI hasta el XIX nadie decía “México” para referirse a la totalidad del territorio novohispano (parece ser que en Yucatán tampoco dirían Nueva España para referirse a su propio territorio). Ni la Nueva España se atrevió a tanto.

 Y sin embargo, sí que se sigue diciendo provincia para los territorios que no son la capital, lo cual está bien normalizado. Pero eso sí, ¡cómo se espantan cuando ven escrito Méjico con J o cuando se les recuerda desde las “provincias” que México es sólo una localidad más del Estado mexicano!

 A partir de la Independencia, todos los proyectos políticos, desde los republicanos hasta los monárquicos, proyectaron a México como una idea de nación. Desde ese entonces, mexicanizar (también podríamos decir nacionalizar) ha implicado un proceso neocolonial basado en el desprecio, el despojo y en el racismo.

 Mexicanizar ha significado, por ejemplo, el mestizaje como política racial, la negación de las identidades negras o asiáticas y la castellanización obligatoria. Mexicanizar el Soconusco implicó la deportación a Guatemala de indígenas mames y su consideración como extranjeros peligrosos, sólo por el hecho de hablar una lengua distinta a la nacional. Algunas de estas políticas, como la castellanización, no son más que la continuidad y el perfeccionamiento de políticas directamente heredadas de las últimas décadas de la Colonia.

 Mexicanizar ha implicado, casi siempre, militarizar los territorios. Es decir, que el Estado tome posesión y control soberano de él. No debe sorprendernos, entonces, que los territorios más alejados de México, como las islas del Pacífico, cuenten únicamente con presencia militar.

 No son las naciones las que crean Estados, son los Estados los que crean naciones. Como el país de Uqbar descrito por Borges, los Estados-nación se sustentan en imaginarios comunes, fagocitando la historia y suplantándola. Para implantar la idea de que México es una nación, el Estado se ha servido de la educación. Los honores a la bandera son un ritual simbólicamente muy violento que refuerza esta idea. El Estado mexicano se ha construido sobre el exterminio Yaqui, la esclavitud Maya, la matanza de inmigrantes chinos, la castellanización y la esterilización forzada, el racismo, la segregación y negación de los pueblos afrodescendientes, etcétera. México, la patria en la que tanto se enseña a amar, no surgió como un pacto de igualdad o fraternidad.

 Cuando alguien de la capital se enoja porque “México es todo el país”, sólo hace eco de dos siglos de neocolonialismo del Estado-nación. Por este motivo, cuando desde “las provincias” decimos México para referirnos a la capital, reivindicamos nuestro derecho a existir desde nuestras identidades locales.

 

México como hipótesis neocolonial

 

Escrito por: Mario E. Fuente Cid

 

Leído por: Marbella Figueroa

 

Septiembre, 2023

Mario E. Fuente Cid

Mario E. Fuente Cid (Huajuapan de León, Oaxaca 1987) Es Maestro en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología Historia. Investiga la metalurgia prehispánica en Mesoamérica. Actualmente estudia el doctorado en Historia y Etnohistoria en la ENAH. Es tuitero de tiempo completo.