Quiero poner en la mesa algunas experiencias que he vivido como mujer afrodescendiente. Mi nombre es Rachel Rico, provengo de una familia que se asentó en la Ciudad de México a mediados del siglo XX de la misma forma en que llegaron otras familias a la ciudad como resultado de gentrificaciones y movimientos migratorios procedentes de toda la república mexicana.

La raíz afrodescendiente proviene de mi familia materna, específicamente de Elisa Ramírez, mi bisabuela, la madre de mi abuelo. Es imposible mirar las fotos de mi abuelo y no sentirlo en mí… su cabello rizado y sus facciones. Mi madre guarda mucho de su padre, sin embargo, la historia de mi bisabuela es un misterio. No se sabe mucho de ella porque la historia familiar no quiso darle tanta importancia a su existencia, excepto por algunas particularidades que la distinguen y que se compartieron de generación en generación.

Estas enigmáticas características en la memoria familiar la describen como una mujer de cabello afro, piel oscura y con un gusto maldito por la brujería, una mujer muy apartada de los preceptos del bien y más cercana de los del mal, practicante de magia negra. 

Me parecen sumamente interesantes los atributos que la han caracterizado todos estos años a mi bisabuela Elisa. Atando cabos de relatos familiares, descubrí el gen racista, el que oculta su identidad y su derecho a la existencia. Y es que no existe ninguna imagen de mi bisabuela Elisa. Ahora que lo pienso mejor, no me parece extraño, pero sí irritante que la negritud siempre es sinónimo de maldad, suciedad y horror.

Conforme han pasado los años entiendo mejor porqué mi abuela, nuera de Elisa, tallaba con tanta fuerza mi cuerpo cuando me bañaba de niña. Decía que era para que la piel no se me manchara, frotaba y frotaba con vigor, tal vez para quitar lo que mi piel y mi cuerpo le decía. Debo aclarar que siempre quise mucho a mi abuela, aprendí muchas cosas de ella. Me costó trabajo desaprender la sumisión que me inculcó, por eso, estoy segura de que en este momento de mi vida no seríamos las mejores aliadas. 

Ahora entiendo la necesidad desesperada de desvincular este presente-pasado de la familia. Irónicamente, esta raíz tan molesta continúa ofendiendo a los señores “colonizadores” en nuestro mundo actual. Me parece asombroso la manera en la que trataban de esconder y negar este enigmático pasado que, por cierto, a todos ojos es más que visible.  

Alegar o defender que no existe el racismo es una manera de continuar perpetuando las desigualdades de este país. Y está ahí en lo más íntimo, en nuestras casas, en nuestras historias, en nuestro día a día.

Debo confesar que cuando intentan venderme historias de éxito blanco, esos momentos en los que la opinión y la voz de la blanquitud hablan, se me retuercen las tripas, no puedo negar que despiertan un enervado desprecio por todo lo que proviene de un pensamiento enraizado en el privilegio y el control del otro. 

Esta maldita desigualdad no proviene de la meritocracia, proviene de las etiquetas, proviene del engaño, de la negación, de la avaricia y de la ineptitud de entender que no son los únicos que merecen lo mejor. Y sí, por más que les pese y les cueste entendimiento, este mundo también es nuestro, esta tierra también es nuestra y es la mismísima tierra que nos bendijo con todo el derecho de su riqueza.

Por eso, he decidido que aunque mil veces me callen, se burlen, les invada su absurda repulsión, su ira, su odio; este mundo también es mío, y que no lo voy a pedir, lo tomaré porque es mío.

Alarido para Elisa

Escrito por: Rachel Rico

Leído por: Valeria Angola

Afrochingonas, mayo de 2023