Migrar no es morir

por Activismo

Las personas migrantes son criminalizadas por el estado que, lejos de dar opciones de vida, son desprovistas de todos los derechos.

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¿Qué pedimos cuando pedimos justicia? ¿En quién confiamos para que las violencias que nos atacan no queden impunes? ¿Lxs que escribieron las leyes pensaron en personas como nosotrxs? A menudo me parece que mucho hablamos de penalizar la violencia, a menos de que esté sistematizada, porque la violencia sistematizada se nos presenta como natural, como lógica, como una norma divina, como algo que no se puede dimensionar ni mucho menos combatir.

El 30 de marzo de 2023, 40 migrantes murieron quemadxs en un incendio mientras se encontraban detenidxs en una estación migratoria del Instituto Nacional de Migración (INM) de Ciudad Juárez. Ante el fuego, las autoridades del recinto decidieron, deliberadamente, no abrir las puertas ni brindar posibilidad de evacuar; sin embargo, lo que resonó entre las voces que recibían la noticia era relativo a la protesta que las víctimas llevaban a cabo: “quién lxs manda a quemar un colchón”, “esas no son formas de protestar”, “atentaron contra la seguridad de todxs”, “ellxs se lo buscaron”, porque lo que se percibe como violencia y como injusticia, es la quema del colchón y no el hecho de que en una institución del Estado hayan dejado morir calcinadas a 40 personas. Ya lo hemos dicho: a todxs les molesta la violencia, a menos de que esté sistematizada. Sí, es cierto, lxs migrantes estaban quemando un colchón en forma de protesta, lo cual inició el fuego, pero parece que hay que aclarar ciertas cosas al respecto:

  1. Claramente el hecho de que el fuego se extendiera fue un accidente y no era lo que ellxs procuraban… ¿Acaso a todxs los que causan un accidente se les castiga con una muerte lenta y dolorosa? ¿Cómo puede este argumento pretender justificar semejante indolencia?
  2. El INM no es un albergue para migrantes ni un centro de detención, por lo cual no había razón para que estas personas permanecieran encerradas de la forma en que lo estaban.
  3. Hubo un sinfín de irregularidades en dichas detenciones, como el hecho de que personas con documentos vigentes estaban encerradas, sin derecho a comunicarse con sus familias –que permanecían afuera de las instalaciones– y sin ningún tipo de claridad al respecto del proceso legal.
  4. Las cámaras de seguridad del lugar dejan ver cómo distintxs funcionarixs deciden ignorar a las personas encerradas y se alejan hasta dejar que el fuego lxs consuma, y aquí es importante recordar que los derechos humanos son irrenunciables y que todxs tenemos derecho a la vida, aún bajo detención.

Pero, es justamente esta la cuestión a problematizar: ¿para quiénes son los derechos humanos? ¿Realmente somos todxs iguales en nuestra condición de humanidad? Sucesos cómo este nos dejan ver cómo, según ciertas lógicas, hay humanxs de primera y humanxs de segunda y para debatir esto es fundamental el trabajo de la autora y activista Angela Davis, quién ha estudiado minuciosamente el sistema carcelario estadounidense y su estrecha relación con la esclavitud, pues uno de los mecanismos a través del cual el racismo se reinventa, se actualiza y se mantiene entre nosotrxs, es a través de los agentes de justicia. En palabras de la autora:

“… mediante el sistema de contratación de presidiarios, las personas negras fueron obligadas a jugar el mismo papel que la esclavitud había reservado anteriormente para ellos. Tanto hombres como mujeres fueron arrestados y encarcelados bajo el más mínimo pretexto con el fin de ser cedidos por las autoridades a cambio de un precio como trabajadores presidiarios” (pp. 94-95).

Ahora  me pregunto: ¿no es lo mismo lo que hoy le sucede a la comunidad migrante? Bajo el paraguas de los derechos humanos, gobiernos de todo el espectro político, derecha, centro, izquierda o cualquier otra posición, han inventado y reinventado leyes para la migración: visas, permisos de trabajo, abogados costosos, arreglos entre países aliados y quién sabe qué más, pero lo cierto del caso es que la migración sigue estando criminalizada y que lxs migrantes seguimos siendo personas indeseadas, especialmente si venimos del Sur Global, si no somos blancxs y peor aún, si somos mujeres. Basta cualquier irreverencia (o quizá ni siquiera eso), para que lxs migrantes seamos vistxs como inherentemente violentxs, irracionales y peligrosxs.

Las instituciones del poder actúan a través de formas coloniales, racistas y patriarcales que

establecen una gran diferencia entre “extranjerxs” (o en estos últimos tiempos “nómadas digitales”) y “migrantes”, siendo lxs primerxs personas blancas de Estados Unidos y Europa y lxs segundxs, ciudadanxs del tercer mundo que generalmente huyen de ciertas condiciones de violencia y empobrecimiento.

Ante un crimen de estado como el ocurrido en Ciudad Juárez debemos posicionarnos en contra de estas formas de necropolítica para visibilizar cómo el racismo estructural se mantiene vigente a través de las mismas autoridades e instituciones que dicen velar por nuestra seguridad. De Angela Davis aprendí a desconfiar de estos organismos y de lo que entendemos como justicia. Por eso defiendo nuestro derecho a la rabia, a la protesta y a la denuncia.

Bien lo decía Audre Lorde sobre la comunidad negra en Estados Unidos: “la lección primera

y primordial que hemos debido aprender es que nunca se ha pretendido que sobreviviéramos” ¡y hay que seguir diciéndolo pese al miedo y pese al privilegio! El trabajo de las autoras antirracistas, descoloniales, feministas y de la sexodiversidad es imprescindible para denunciar los abusos de poder y para reconocer las formas que encuentra la colonialidad para mantenerse activa aún en la época de los derechos humanos.

Permitirme esta rabia es la forma que encontré para no enmudecer, para no sucumbir al silencio aplastante y a la apatía existencialista. Voy a resistir escribiendo así nadie me lea; voy a resistir organizándome aunque ningún organismo lo sepa; voy a resistir en la queja, en el lamento y en la esperanza, porque me niego a perder la capacidad de asombro ante la

violencia y la convicción de que al menos algo podremos cambiar.

Mariana Álvarez Castillo

Mariana Álvarez Castillo

 

Feminista descolonial, diaspórica y caribeña. Licenciada en Artes por la Universidad Central de Venezuela y Magíster en Estudios de la Imagen por la Universidad Alberto Hurtado.