Las estatuas que no mueren y el reino de Dahomey
Hace unos días nos invitaron al #MubiFest y conversamos con @lulu_arcos sobre el documental Dahomey de la directora franco-senegalesa (bandera de Senegal) Mati Diop.
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Un grupo de estudiantes de la universidad de Abomey Calavi, en el país de Benín, discute en torno al gran suceso que acontece en la ciudad: el regreso de 26 piezas tomadas durante la invasión francesa en 1892. Los grandes cargos de la política e importantes personalidades de la clase alta se reúnen en el palacio de la marina que funge como sede para montar un espacio de exhibición para las piezas que regresan a su tierra natal: el antiguo reino de Dahomey, hoy día, Benín. Pero, ¿es un hecho histórico o un evento político?
Para discutir en torno a Dahomey, el último largometraje documental de la cineasta franco-senegalesa Mati Diop, en el marco del MubiFest, nos reunimos en la Cineteca nacional de la Ciudad de México Valeria Angola, Scarlet Estrada y yo, Lucrecia Arcos. Benín y México, dos países colonizados por la Europa occidental cuyos patrimonios materiales fueron hurtados por los colonizadores y expuestos en el extranjero como trofeos de la matanza y la imposición cultural.
En la noche opaca, desde el interior de las bodegas del museo francés, se escucha una voz en una de las lenguas originarias beninesas: desenraizado y raptado de su tierra natal, como miles de ellos, 26 -el número que el hombre blanco le ha impuesto a una de las estatuas- se dispone a volver a casa. Me han llamado 26, no 34, 26. ¿Por qué no me llaman por mi nombre real?
Conformado por tres mujeres afrodescendientes, afromexicanas, Afrochingonas es un proyecto antirracista de creación e investigación, creado entre amigas -Valeria Angola, Scarlet Estrada y Marbella Figueroa- donde se prioriza el bienestar. Después de tantos siglos de colonia, tenemos la responsabilidad de construir nuestra historia y nuestras propias narrativas: una estatua beninesa como personaje es un ejemplo de que el territorio de la imaginación aún no ha sido alcanzado por la colonia. “No hay nada que arreglar. Están los sueños del continente, ese camino que nos llama hasta el verdadero final”.
Y nosotras, en un México contemporáneo, ¿desde dónde y cómo imaginamos?
Mientras la ceremonia de recepción se lleva a cabo, y los asistentes de todas las edades transitan entre planos cerrados y vitrinas de por medio que evidencian un encierro y una clara separación -entre las personas, entre las personas y las piezas, entre las personas y su tradición- los jóvenes universitarios discuten en holgados planos abiertos, nada claustrofóbicos, sobre el verdadero significado de la repatriación. ¿Por qué regresar 26 piezas cuando en un inicio robaron 7 mil? ¿Por qué, a su regreso, las piezas deben exhibirse en un museo, si es una institución occidental? Y siguiendo en encadenamiento de preguntas que lanzan los universitarios de Benín, nosotras nos cuestionamos: ¿la repatriación del patrimonio material puede resarcir todos los siglos de colonialismo?
El público niega con la cabeza, la respuesta es inmediata. ¿Quién nos devuelve a los muertos, los territorios, las lenguas que no hablamos ya? Sobre todo, porque el colonialismo no es un periodo histórico pasado, sino un proyecto económico vigente aún hoy, la respuesta es NO. No se puede resarcir la herida colonial, pero aún así vale la pena partir desde preguntarnos lo más obvio, porque hemos olvidado muchas veces que los atisbos de respuesta están ahí. Sin embargo, tememos a lo evidente. “Soy la cara de la metamorfosis. Me veo tan claramente a través de ustedes”.
¿Cuál, según ustedes, podría ser la solución?, pregunta una asistente del público.
Ondea una cortina con el viento, a través de una puerta entreabierta al anochecer. Se escucha la voz de un antiguo rey africano que, buscando oler y sentir de nuevo el aire de su tierra natal, se escapa por las noches del museo que lo retiene. Esto evidencia y transgrede todo lo que el occidente piensa controlar y contener: las vitrinas, los muros, las fronteras, y así, con la música mística de Dean Blunt y Wally Babarou, 26, el Rey no nombrado por el hombre blanco, recorre la ciudad. Entonces, quizá, hacer cine, escribir poesía, y para escuchar a los pájaros y que cese el bombardeo, imaginar.
Las estatuas que no mueren y el reino de Dahomey
Escrito por: Lucrecia Arcos Alcaraz
Leído por: Marbella Figueroa
Afrochingonas, agosto de 2024
Lucrecia Arcos Alcaraz
(Ciudad de México, 1993). Poeta, profesora e investigadora. Es maestra en Historia del Arte por la UNAM y licenciada en Lengua y Literatura Modernas Francesas en la Facultad de Filosofía y Letras por la misma universidad.
Ha publicado poesía y traducción en diferentes medios digitales e impresos y también escribe crítica de cine. Actualmente imparte clases de cine y literatura a nivel licenciatura.